La emergencia de fenómenos políticos, como los representados por Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia y Bolsonaro en Brasil, viene generando desde hace ya varios años una suerte de “malestar en la nominación” que hace síntoma en la multiplicación de y simultánea insatisfacción con las categorías invocadas para nombrarlos. “Neopopulismos”, “neofacismos”, “posdemocracias” o “dictaduras” –entre otros– parecerían decir demasiado o bien demasiado poco sobre las configuraciones y estrategias de las nuevas derechas a nivel mundial, cuya conceptualización importa gravemente tanto a una teoría abocada a la comprensión de lo social, como a toda práctica política que se oriente a su transformación. Es, sobre todo, algo del orden de la politicidad específica del mundo contemporáneo lo que parecería resistirse a la conceptualización: si los énfasis exclusivos en la asociación del neoliberalismo y su generalizada “racionalidad de mercado” con la “desafección política” amenazan perderla de vista –dejando en las sombras o inexplicadas diversas politizaciones y formaciones de nuevos partidos que han tenido lugar en los últimos años– la apelación confiada a nombres tradicionales de la política tales como “liberalismo”, “fascismo” o “populismo” corre el riesgo de la abstracción que significaría conformarse con subsumir simplemente lo actual en lo ya pensado.