Adorno y los fantasmas del autoritarismo

Adorno y los fantasmas del autoritarismo

 

Ezequiel Ipar y Agustín Lucas Prestifilippo

 

¿Cuáles son las manifestaciones por medio de las cuales se expresa el autoritarismo del que somos contemporáneos? ¿Cabe reconocerlo sólo allí en donde las ciencias positivas pretenden encontrarlo, a saber: en las declaraciones de las opiniones que los sujetos emiten ante cuestionarios? Adorno formuló estas preguntas cruciales a la hora de dar con la singularidad de una época, la modernidad tardía, marcada por una variación específica del autoritarismo. Frente a fenómenos dramáticos como el nacionalsocialismo o el fascismo no sólo cabía la interrogación acerca de las condiciones de posibilidad del terror racionalmente administrado, sino también la interrogación acerca de las consecuencias de estos procesos, de la lógica que permitía enhebrarlos, en la reproducción de las tradiciones y valores culturales, en las formas vigentes de integración social y en los procesos de socialización de los individuos, en el período histórico que le siguió a la Guerra. Esa expansión del estudio de las formas del autoritarismo más allá de un único “campo” de estudio, partía de la intuición de que su materialidad, difusa y ubicua, actuaba de forma tal que lograba su eficacia en la diseminación a través de distintas dimensiones de la vida cultural. Los fantasmas del autoritarismo requieren así de una perspectiva sensible a sus múltiples y heterogéneos modos de aparición en el jeroglífico social.

 

A1. La inmersión en la obra individual, que es contraria a los géneros, conduce a la legalidad inmanente de la obra. Las obras se convierten en mónadas; esto las aparta del efecto disciplinario dirigido hacia afuera. Si la disciplina de las obras que ellas ejercían o apoyaban se convierte en su propia legalidad, las obras pierden sus rasgos crudamente autoritarios frente a los seres humanos. La mentalidad autoritaria y la insistencia en géneros lo más puros posibles se llevan bien; la concreción no reglamentada le parece al pensamiento autoritario sucia, impura; la teoría de la authoritarian personality ha entendido como intolerance of ambiguity, la cual es evidente en todo arte y en toda sociedad jerárquicos. 

Adorno, Teoría Estética, Akal, pág. 269.

 

¿Puede realmente la lógica de la obra de arte decir algo –directa o indirectamente– sobre esas tendencias internas de los sujetos que expresan a las fuerzas más oscuras de una época? En los juicios del gusto, en las preferencias, en las exclamaciones aireadas y también en los disgustos con determinadas formas del arte encuentra Adorno un prisma especialmente sensible para el análisis de las formas más implacables del autoritarismo moderno. Según esta lectura, las fuerzas que moviliza este autoritarismo aparecen dilucidadas en la propia experiencia estética –o en el bloqueo de esta experiencia– como intolerancia frente a la ambigüedad. Estas fuerzas, que apuntan más allá del juicio del gusto, están presentes en los sujetos de manera objetiva, en muchos casos repitiéndose como una máscara endurecida que desprecia con violencia todo lo que no puede comprender cuando lanza la mirada fulminante de sus categorías. En el asco y el rechazo que les producen las obras que no se ciñen a los géneros puros se pueden anticipar todas las experiencias que había diagnosticado previamente Adorno con el lente del psicólogo social como personalidad autoritaria.

Lo que hay de contemporáneo en el análisis de Adorno sobre el autoritarismo: su lucha contra la interpretación conservadora, que lo piensa como la manifestación de fuerzas arcaicas e inmodificables del Yo. También en este aspecto el prisma del arte desmiente ese presunto saber, porque nos muestra que frente a lo ambiguo existen modos diversos de reaccionar, maneras que pueden expresar miedo, deseo, displacer, resistencia o indiferencia, pero no necesariamente intolerancia. La intolerancia frente a la ambigüedad implica una respuesta diferente, radical, absoluta. En ella encontramos –paradójicamente– algo específicamente moderno, que no cesa de volverse actual.

1937 Entartete Kunst, exhibición del “arte degenerado”, Munich. Los nazis luchan contra el arte “judío, comunista, comercial”. Les preocupa su “incompetencia” para expresar valores alemanes. El objetivo de esta muestra contra el arte moderno era “revelar las metas y las intenciones detrás de este movimiento filosófico, político, racial y moral, y las fuerzas motrices de la corrupción que los motivaban”. El canon de Hitler  “Respecto a los artistas degenerados, les prohíbo someter el pueblo a sus «experiencias». Si de verdad ven los campos azules están dementes y deberán estar en un manicomio. Si sólo fingen que los ven azules son criminales y deberán ir a prisión. Purgaré a la nación de su influencia y no permitiré que nadie participe en su corrupción. El día del castigo está por venir”.

Die Zwitscher-Maschine (Twittering Machine), de Paul Klee, era una de las obras difamadas por los nazis en la muestra de 1937. Hoy es una de las obras más visitadas y comentadas de la colección del Museum of Modern Art en Nueva York. En los contrastes entre el color y el dibujo esta acuarela muestra un mundo de ambigüedades. La más notable es la que contrasta (separando, aproximando y combinando, al mismo tiempo) al aparato técnico con la naturaleza. La manivela que dirige el propósito de reproducir mecánicamente sonidos parece estar extenuando a un grupo de pájaros, que están ahí colgados del cable que los esclaviza. Efectivamente, había algo amenazador en este cuadro, que atravesaba la sutileza y la belleza de los colores azulados. Pero también podemos ver de otra manera a esas mismas lenguas exasperadas de la máquina de “Twitter”. Podemos ver –como lo sugiere A. Danto– que aquí las máquinas sonoras nunca pierden su forma animal, orgánica, de cuerpos vivos que se expresan en distintas direcciones. Simplemente podrían estar jugando encima del mecanismo, desorientando a esa infraestructura guiada por el viento que podemos ver debajo de ellos. Esa ambigüedad, que es la fuerza singular de muchas representaciones de Klee, decía algo sobre lo que sucede entre el mecanismo y la libertad de la voz que los nazis no pudieron tolerar. 

 

 

A2. La idea de una “existencia autoritaria” la podemos encontrar en la exaltación de la subjetividad de la filosofía contemporánea, fundamentalmente en ese tipo de relativismo ontologizado que transforma al propio pensamiento en la única llama de la verdad. Esta palabra filosofante, que desprecia el “trabajo” intelectual que busca fuera de sí el criterio para la justificación de la verdad, adquiere hoy en día nuevas resonancias, dentro y fuera del campo de los intelectuales. La ética de ese tipo de pensamientos que sólo son “fieles a sí mismos”, que sienten que la verdad los atraviesa como un rayo y los elige en tanto sujetos únicos para imponerse delante de un mundo social confuso y convulsionado, pasó de la filosofía existencial a la industria cultural. Hoy está presente en los comentaristas de televisión, en los animadores de la cultura y en las tecnologías que organizan los mecanismos de estímulos y respuestas de las redes sociales contemporáneas.    

 

En la Dialéctica Negativa hay una reflexión decisiva sobre un famoso pasaje de Heidegger en torno a la verdad en filosofía. El fragmento de Heidegger decía: “Pero el filósofo arriesga el palabreo en el que no hay ninguna distinción objetiva entre un hablar auténtico de origen filosofante y una intelectualidad vacía. Mientras que en cuanto investigador tiene siempre criterios de validez universal para sus resultados y su satisfacción en la ineluctabilidad de su validez, en cuanto filósofo el hombre para la distinción entre el hablar vacío y el que despierta a la existencia sólo tiene el siempre subjetivo criterio de su propio ser. Por eso el ethos de la actividad teórica es radicalmente distinto en las ciencias y en la filosofía”. Frente a esto, el comentario de Adorno: Despojado de lo otro a sí en que se enajena, la existencia, que de este modo se proclama criterio del pensamiento, otorga autoritariamente a sus meros decretos la validez que en la praxis política otorga el dictador a la concepción del mundo de turno. La reducción del pensamiento a los pensantes detiene su progreso, en el cual solamente se convertiría en pensamiento y en el cual únicamente viviría la subjetividad. Ésta, en cuanto el suelo apisonado de la verdad, se reifica. Todo esto era ya audible en el sonido de la anticuada palabra personalidad. El pensar hace de sí lo que el pensante es ya de antemano, tautología, una forma de la consciencia regresiva. 

 

A3. En sus “Elementos del antisemitismo” Adorno y Horkheimer ubican en lo que denominan falsa proyección el mecanismo psíquico que mueve al sujeto antisemita. En el marco de la tesis general de Dialéctica de la Ilustración, este mecanismo en el que el sujeto bloquea cualquier forma de apertura hacia los objetos de su entorno, impidiendo una relación afectiva de implicación con ellos, acompaña al sujeto moderno como una determinación civilizatoria. En su falta de reflexión, el sujeto antisemita no puede concebir las causas estructurales de su malestar, proyectando su angustia en los otros, devenidos en “alegorías” de su crisis. Esta especificidad del antisemita acompaña a la mentalidad de las diversas expresiones del sujeto autoritario.

 

 

A4. En los sujetos entrevistados en el marco de la investigación sobre la “personalidad autoritaria”, este mecanismo paranoico del sujeto opera al servicio de una impugnación del Estado de Bienestar –representado por Roosvelt– y de la democracia en general. La identificación del modelo de democracia social del New Deal como una “abusiva dictadura” es la operación necesaria para justificar la abolición de la democracia y la implantación de formas anti-constitucionales de gobierno. Detrás de estas proyecciones se revela de forma imbricada tanto el deseo de seguridad por parte de sujetos sociales pauperizados, como también el deseo de prestigio que el sujeto imagina en el privilegio de pertenecer a grupos ubicados en la cumbre de la jerarquía social. La actual impugnación neoautoritaria del principio de la igualdad –tanto en su crítica del modelo de Estado de Bienestar como en su crítica de las luchas por la emancipación de diversos grupos sociales– encuentra en estas dos pasiones un poderoso fermento para su creciente atractivo: por un lado, el temor que produce la crisis económica en vastos sectores medios, y bajos; por otro lado, la esperanzada fantasía de recuperación de un supuesto status perdido por las “usurpaciones” encabezadas por movimientos de lucha por la igualdad social.

 

 

2021, Jenna Ryan viaja desde Texas hacia Washington en un avión privado y se hospeda en un hotel de lujo para “decirle basta al robo” que habría sufrido Trump en el conteo electoral. En su calidad de exitosa agente inmobiliaria, se hizo famosa por su devoción política cuando participó del asalto al capitolio. Así se expresaba mientras ardían las puertas del parlamento y ella no paraba de tomarse fotografías: “Vamos a entrar aquí, vivos o muertos, no importa. ¡USA, USA, USA…! Pueden creer esto, es el mejor momento de mi vida. (…) Vamos a atravesar esas ventanas, vamos a tener que enfrentar los gases lacrimógenos, pero debemos hacerlo porque nos están quitando nuestro Estado, nos están robando todo”. Luego, cuando fue informada de que podía ser investigada por el FBI reafirmó su posición en los siguientes términos: “Yo diría que estaba cumpliendo con mis deberes patrióticos. Personalmente no siento ni vergüenza, ni culpa por lo que hice siguiendo mi corazón. Escuché a mi presidente. Él me dijo que debía ir al Capitolio. Yo cumplí con mi compromiso patriótico estando allí…, simplemente estaba protestando. Por eso, me gustaría obtener un perdón por parte del presidente de los EEUU. Creo que todos merecemos ser perdonados.”

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